viernes, 23 de junio de 2017

Erdeland (un cuento hiperrealista)



 La chica lleva un par de horas en la carretera. Hace un calor inesperado para la época del año que transcurre. Ha pasado la última población grande hace más de media hora. Esperaba encontrar una gasolinera poco después de pasar la pequeña ciudad de provincias. Siempre las hay, suele haberlas, debería haberlas, se supone que... a las afueras... al pasar los polígonos industriales... Pero no, no las hay, y ella sigue conduciendo. No lleva agua, el sol brilla con intensidad y es pleno mediodía. Las escasas señales que conducen a algún sitio donde pueda haber un bar y un lavabo, o donde comprar algo, exigen alejarse varios kilómetros de su ruta y tiene prisa por llegar: su novio la está esperando. Así que va dejando que las señales pasen una tras otra mientras el calor aprieta y su urgencia crece, y además de ganas de orinar, comienza a tener bastante sed. El coche no lleva aire acondicionado, y sus ojos demasiado claros acusan la reverberación del calor en el asfalto. La música, que es su único estimulante, se suma al ruido del motor y del aire con las ventanillas bajadas y ambas cosas se confunden en una pasta de indefinida del cual sólo emergen los agudos de un modo cada vez más irritante. El parabrisas es un cementerio de mosquitos arrasados, pero no tiene agua y el limpia pasa una y otra vez trazando estelas grises, sin conseguir arrancarlos. Pese a todo está contenta. Hace tiempo que no ve a su pareja y les esperan unas pequeñas vacaciones en una costa verde surcada por puentes, playas de arena descolorida y bosques de eucalipto, así que pisa el acelerador un poco más y lo soporta. La autovía es amplia, describe un arco elevado con varios carriles a su alrededor, y está vacía. Algún camión cruza zumbando en el sentido contrario. La adelanta un deportivo que parece fuera de lugar entre colinas blancas y rojas, matojos secos, casas hundidas en el terreno y campos arados hasta donde se define el horizonte.
Un poco harta, un poco desesperada también, cerca ya de otra población grande decide arriesgarse y con el siguiente aviso de gasolinera, toma el desvío. Cuando quiere darse cuenta está en otra autovía, un poco más estrecha, de tan solo dos carriles por sentido y que dibuja un inmenso círculo en dirección contraria. No se ve ninguna estación de reportaje a lo lejos. La chica pierde la paciencia. La presión en sus ingles y la sed en sus labios secos la impulsan, y elige la primera salida, casi arbitrariamente. Ahora está en una carretera de dos carriles con una mediana. A su diestra, mientras acelera, ve que hay una vía casi paralela, aunque distante. Un poco más adelante la suya desemboca en una glorieta. Gira a la derecha una vez más con esperanza de ser devuelta a su dirección original, pero esta carretera -una comarcal modesta sin arcenes-, se extiende perpendicular a la anterior, así que no la lleva de vuelta hacia ninguna parte. Ahora la presión entre sus piernas es mucha, y ya no piensa con claridad. Se muerde los labios, estira el cuello sobre el salpicadero del coche y, a través del turbio parabrisas ve un cartel grande, con letras amarillas en el que se lee: "Hotel". Ni se lo piensa. Da un volantazo y sale del asfalto pegando tumbos sobre la tierra polvorienta. A primera vista parece un típico alojamiento de carretera: tres pisos, cercano a las autovías, y con un bar inmenso en la planta inferior. Un lugar acogedor en medio de la nada, en un páramo de colinas bajas que se calcinan al sol, llamando la atención de sus clientes con un gran cartel luminoso en la azotea almenada del edificio. Es el descanso habitual de transeúntes solitarios, mayormente camioneros, transportistas y viajantes, que solo quieren comer de menú y quitarse los calcetines olorosos frente a una televisión pequeña, donde puedan quedarse dormidos sin soltar el mando. Esos lugares suelen ser hoscos, pero comprensivos con los conductores. Eso significa que podrá ir al baño, comprar una botella de agua, y echar algo sobre el cristal delantero del coche para despejar la vista. El edificio es moderno, un poco cursi, aún así parece agradable con sus ladrillos de terracota sonrosada y las junturas tan blancas como si acabaran de desempaquetarlo. Tiene ventanas de casa de muñecas, y grandes cristaleras en forma de arco al pie del edificio en las que se lee: "Restaurante Erdeland" La chica sonríe. El nombre suena casi élfico. No se puede estar mal en un lugar con un nombre élfico.
Pese a los grandes ventanales, no alcanza a ver el interior del local desde el coche porque se encuentra protegido del sol con espesas cortinas. Hay un parking delante del edificio, con lineas amarillas en el suelo, pálidas farolas redondas y una señal de tráfico de color azul brillante. A su lado pasa una calle sin aceras que conduce a un caserío situado al pie de una loma, unos quinientos metros más arriba. Al otro lado, un parque infantil en el que no juega nadie. La chica aparca a la sombra, en el lateral, y mira por las ventanillas del coche mientras recoje sus cosas. No percibe movimiento, pero al otro lado de los ventanales las mesas están puestas. Hay manteles blancos, y copas, y servilletas pulcramente dobladas, y platos con sus cubiertos. Se baja del coche y se dirige a la entrada principal: un zaguán amplio, que precede a un recibidor de mármol tras unas cristaleras inmensas y brillantes. Le llama la atención la tierra y la huella dejada por el agua acumuladas en el portal... y todo sigue estando terriblemente quieto. Se pregunta si hubo una tormenta antes de que saliera ese sol castigador, y no han tenido tiempo de limpiarlo. Aún así, es extraño. Los hoteles son tan pulcros... Se acerca a la puerta y presiona. Parece cerrada. No quiere que aparezca alguien y la tome por loca así que, con cierta cautela, pega sus ojos al cristal haciendo sombra con la mano. La recepción, pintada en colores pastel es una muestra bastante kitsch de lo que la gente suele considerar agradable. Hay un teléfono sobre el mostrador y algunos objetos, pero ningún recepcionista. De hecho, no hay nadie en absoluto. También ve dos enormes plantas al fondo, cerca de las escaleras. El poto se ha secado en torno a su palo, pero la de atrás aún subsiste y conserva ramas frondosas y oscuras Algunos objetos están desparramados por el suelo y dos inmensas cortinas, de color rosa y verde pálido, se arrastran por sobre baldosas de gres que aún reflejan la luz de las paredes. A la derecha la puerta del bar, comunicada con el vestíbulo, muestra una barra donde se acumulan botellas vacías, vasos y envoltorios de aperitivos. Las papeleras tienen sus bolsas blancas, hay comida en el expositor, y un grifo de cerveza. El hotel parece que estuviera habitado sí, y al mismo tiempo, que hubiera sido abandonado repentinamente. Entonces la chica retrocede, despacio, hasta que el sol vuelve a calentar su cabeza fuera del zaguán. Sus ojos se detienen en la tierra de la entrada y ve. Ahora ve: El parking completamente vacío, las malas hierbas creciendo desgreñadas entre la acera y las ventanas... La señal azul de tráfico que pone "Aparcamiento hotel" está completamente abollada.
Orina apresuradamente detrás del edificio, se limpia con una toallita higiénica y se pone otra vez al volante, aliviada, pero con evidente fastidio. Entonces se da cuenta de que no sabe cómo volver a la carretera principal. Enciende el GPS, reinicia la ruta establecida y éste en vez de hacerla retroceder la guía hacia adelante. Siguiendo sus instrucciones acelera por la misma carretera que la llevó hasta allí, dejando atrás el lugar abandonado. Poco después pasa una gasolinera a la izquierda, pero ya no tiene ganas de pararse. Está en sentido contrario y la ha visto demasiado tarde. Ahora lo que quiere es llegar a su destino. Le dan igual los labios resecos, los mosquitos en el parabrisas, el ruido de las ventanillas bajadas y el calor. Pasa la estación de servicio, cruza debajo de un puente y aparece en una línea recta de dos carriles que se adentra en un polígono industrial. Cuando adelanta el primer edificio a su derecha, un concesionario de coches, ve que tras los inmensos escaparates, el local está vacío. A su izquierda hay una nave de ladrillo con rejas de hierro en las ventanas del que cuelga un cartel: "Se vende", oscilando en el aire tórrido del mediodía. El siguiente tiene alguna ventana rota, y del que viene a continuación, un edificio achaparrado, cuelga una inmensa pancarta blanca anunciando su disponibilidad. Y las naves y los edificios vacíos se repite una vez... y otra vez... y otra.... Acaba de entrar en Erdeland.






jueves, 22 de octubre de 2015

Alan Ausente

Y LO MÁS CURIOSO DE TODO ES QUE YO, QUE NO TE CONOZCO DE NADA TAN SÓLO QUISIERA PREGUNTARTE....Estás bien?


Todos nosotros, esperamos noticias tuyas, como quien espera agua en primavera. Y no nos llegan. Todos nosotros, miramos al norte, y al éste y al oeste, según dónde estemos, y queremos creer que mañana veremos algo publicado, que se alzara una voz que te traerá de vuelta, que abrirás las puertas de la comunicación que cerraste antes de yo pudiera acercarme, mucho antes, cuando no sabía nada de ti y decepcionada me encogía de hombros, pensando que habrías desfilado hacia el anonimato de ocupar la última fila en cualquier otra parte. Reencontrarte ha sido infinitamente mejor que haberte encontrado por primera vez, y me entero de que has pasado, como un vendaval furioso, arrasando durante una década con pasión arrebatadora, pero que ya te has ido. Y te veo, te veo por la rendija que nos dejaste, por la que apenas pasa el polvo, donde publicas cosas mayormente insustanciales, para que sepamos que sigues vivo. Alguna, ocasionalmente, es algo que quieres divulgar. O de pronto, entras en una conversación y nos contestas...y yo siento, pienso aquello de... "una vez me respondió". Y poco más. Tan añorado, tan deseado, tan apartado de todos los que te esperamos, con tu círculo de los secretos completamente cerrado, donde nadie dice nada, donde quien tiene tu favor apenas lo insinúa, porque tiene los labios sellados en señal de lealtad. La lealtad de simplemente sentirse honrados porque hayas arrimado tus anchos hombros a los suyos para susurrarles esa confidencia que les ha hecho únicos ante los demás, que le eleva, que les hace flotar un escalón más arriba y tener una percepción mejor de ti. Como un pequeño diosecillo que en vez de en figuritas de barro circula por la red en forma de fotos. Fotos mil veces gastadas en sueños de mujeres que adoran el gris pálido de tus ojos y la forma de tus labios. Un pequeño puck, pan, de la colina pock, que desde su campiña inglesa mira los postes de teléfono contonearse bajo la inexactitud de sus decenas de años y protesta porque su vínculo con el mundo fluctúa desde la red. Ese diosecillo, avejentado antes de tiempo por haber vivido demasiado intensamente demasiados años, a quien no parecen quedar ganas de aventuras, aunque mantenga la figura esbelta, la hermosa sonrisa juvenil, los ojos vivos. Te esperamos. No sabemos dónde, ni cómo, ni cuándo. De pronto te vemos activo, de pronto desapareces. De pronto sigues lo que publicamos, de pronto te retraes durante semanas y tu muro permanece muerto y silencioso. Y aquí estamos, todos nosotros, amigos silentes atraídos como las ratas de Hammelin por tus notas. Esperamos hasta no se sabe... mantenemos activos los foros, como se mantiene caldeado el hogar de quien se espera que regrese. A veces protestamos, a veces ironizamos, a veces nos enfadamos a veces nos resignamos... a veces te lo decimos, y no sabemos si nos escuchas. A veces intentamos aceptar tu ausencia y esperar simplemente que seas feliz, y agradecemos lo que nos diste cuando estabas -que yo no estaba-... a veces se nos cierran los parpados de cansancio, pero estamos aquí. Aunque nos quedásemos, nos fuimos contigo cuando tu te fuiste. No todos pudimos seguirte, pero desde luego, aquello nunca fue ni serå lo mismo. A veces fantaseo con la posibilidad de que alguien te haga llegar lo que escribo, aunque no sepas ni que existo, o mi nombre rebote entre los doscientos que pueblan tus grupos aquí y allá, repetidamente como ecos...
Hay veces que sueño con que sepas quien soy y oigas todo lo que tengo que decirte... como tantos otros... hay veces que simplemente te sueño... porque sé quien eres. Eres "Esa pieza que he encontrado de mi set, esa persona que nunca he conocido"... después de veinte años... y me hace desesperar la idea, de haber llegado justo al final de tu camino, donde no darás la vuelta nunca más, sin una voz repentina que grite "Esperad! AUN tengo algo que decir! Aún tengo música que hacer, aún tengo algo más que daros, aún quiero sentiros cerca y escuchar, y sentarme con vosotros y que me contéis"
Es la primera vez que un músico me roba el alma, ya te vale, hacerme esto a mis 43, cuando se supone que la música está templada, vienes tú y arrasas con todo lo que tenía establecido. Ya me vale... estar aquí esperando... haciendo fila con todos los demás...

jueves, 28 de mayo de 2015

ESCARIFICACIONES



¿Dónde estás? Quiero ir a buscarte (y arrancarte del sueño) y si no puedes levantarte, tumbarme a tu lado y contar puntos en el techo, uno por cada cosa que me inspiras. Quiero abrazarte y que te rompas, y  desgarrarme en tu quebranto, y dejar que tu dolor me arrastre hasta tu infierno de páramos desolados.
    Quiero agarrarme a tu pelo  como a un nido de arañas salvajes, y dejar que me inyecten su veneno, que me duela, -porque ya ni siento el de las mías-. Quiero intercambiar insectos, y caras húmedas en el yeso de las paredes, tus fantasmas por los míos, tu hielo por mi fuego, lo que se quema por lo que no arde, lo que corre… por lo que está quieto. Quiero las locuras que no vas a darme, que disfrutas en silencio, que lloras por las esquinas,   que atesoras sin compartir con nadie.  Quiero todo eso que los demás desechan, lo que luchamos por esconder del mundo, lo que ocultamos a las personas cuerdas, lo que subyace bajo piel, carne y nervios.  Quiero ese olor a sangre fresca, a dolor y  gritos reprimidos,  ese terror a Lo Conocido, y ese miedo a lo que nos dicen que es normal.      

    Quiero preguntarte tantas cosas que no me basta  un calendario, quiero contarte tantas otras que ni en un año bisiesto encontraría suficientes hojas;  y no sé,  si podrían interesarte, si puedo llamarte a ellas, si puedes venir de donde estás, si me dejarías ir por ti. Prometo, eso sí, (en el camino de regreso), no mirar jamás atrás, y si lo hago, no habrá nada que me impida desandar el trecho, regresar contigo, hasta que puedas ascender un escalón de nuevo, al menos un peldaño…
 Y si te cansas, nos volvemos a sentar.
   
   Quiero tus instrumentos de tortura. Quiero aprender a usarlos, quiero desmontarlos, (al menos permite que lo intente),  y si no funciona, déjame sujetar tu mano en  su placer oscuro, mientras taladras tu piel con sus agujas. Quiero tocar los ventrículos estirados de tu corazón inerte mientras se esfuerza por sentir. Quiero su hipertrofia y el soplo en tus arterias, el sonido de ese fuelle que se cansa de bombear. Quiero cogerlas con la mano, cerrarla en torno a ellas, apretar hasta que duela, (y que vuelvas a latir). Y si no se puede,  reposar mi mano y sentir su membrana protectora entre los dedos, el lento yacer de tus pulmones, la gastada y sibilante respiración del moribundo  en el que sueñas convertirte.
   Quiero adormecerme al compás de tus heridas, mientras fuera las golondrinas colonizan el verano y el calor hincha las cortinas; mientras las calles se relajan, la gente se desviste, las plazas se llenan de sonámbulos y los vapores fríos cambian por el sudor de primavera.  Quiero mantenerme a tu lado, sintiendo las gotas de mi propio hedor corriendo por mi frente, mezclándose en la misma sábana que tus fantasías más sucias donde la muerte te toca con la mano y cierra tus párpados,  librándote del sufrimiento de Ser.
     Pero temo, que no me darás el nombre de tu calle, el número de tu escalera, la letra de tu piso, la llave de tu puerta. Y me quedaré aquí, así de lejos, (imaginando que puedo), consolarte o compartirte, y sumida en la impotencia que a la que me reduce tu distancia interminable, y esa avaricia con que acaparas el dolor, como si hablaras de placer.

domingo, 23 de noviembre de 2014

EL SEÑOR DEL CÁOS ES UN COBARDE.



  Yo tenía 16 años cuando conocí al primero de los dos hermanos: Daniel. ( He hablado de él en el post del 28 de septiembre dedicado al aniversario de la muerte de Freddi.). Ya he comentado que en aquel  primer encuentro con la belleza, me sentí tan subyugada por ella, y por su gemelo, "el deseo",  que ambas cosas  me destrozaron. No obstante hay algo que añadir al respecto: Me afectó tanto en porque yo no me sentía capaz de acceder a la belleza, y puse a aquel muchacho al que todas deseaban -y que se fijó en mí-, en un bendito pedestal.

   También os comenté que aquello duró solo un mes. ¡Y qué mes! Él tenía miedo de vernos a menudo porque decía que se cansaba pronto de todas las relaciones, y que no quería que eso le ocurriera conmigo, así que sólo nos un rato durante los fines de semana.
 El lunes yo flotaba en una nube, el martes bajaba las escaleras, el miércoles ponía los pies en tierra, el jueves le sentía distante, el viernes casi ni recordaba su existencia, pero el teléfono callado era siempre una amenaza cuando llegaba la tarde en que esperaba su llamada,
   Un día me dijo que me quería. Fue, tal vez, la segunda semana. De puro asombro, fui incapaz de decirle que aquello de que "quererse" era algo que sucedía con el tiempo, y le contesté que yo también. Un día hablamos de "hacerlo", ninguno de los dos lo había intentado antes, así que le advertí de los cuidados y precauciones que debíamos tomar, de que no podía ser en cualquier sitio ni de cualquier manera y que al ser la primera vez era algo importante.
  Entonces comenzó la cuenta atrás.
No volvió a hablar del tema y cuando yo le pregunté, esquivó. Las dos veces siguientes fueron de mal en peor. Frío, distante, le notaba alejarse sin que pudiera hacer nada más que discutir con él, obligarle a posicionarse y a comprometer su palabra, y finalmente, utilizó la única táctica de huída de la que fue capaz...

    Decidió espantarme tratándome mal.
 Cuando yo quería abrazarle me apartaba, cuando quería besarle, me devolvía los besos con crueldad. Empujada hasta el borde de mi amor propio hice lo que él esperaba, lo que había dejado en manos de mi dignidad y la única salida posible:
    Renunciar a mi romance con el deseo y la belleza.... y cortar.

     Hoy en día, aunque yo fui quien llevó las tijeras, él se recuerda a sí mismo como artífice de una ruptura que no se atrevió a ejecutar.
  ¿Odiarle? No, no pude odiarle por muy cobarde que hubiese sido su maniobra. Aquel invierno soporté los embates de mis rivales... chicas que me preguntaban cómo había podido dejarle, que ellas se hubieran arrastrado por el barro por salir con él. Una de ellas me detuvo una tarde,  un día de colegio en que me la crucé por la calle. Estaba completamente borracha, y se arrojó a mis brazos, llorando porque Dani no le hacía caso. Ironías del destino que yo, forzada al abandono tuviese que sujetar a quien  no había podido tenerle, cuando apenas había sido mío. Seis meses más tarde, decidí recorrerme toda la zona de pubs donde acostumbraba a estar... decidida a no regresar a mi casa hasta encontrarle, y decirle que no podía olvidarle, que no le había olvidado. Y lo conseguí. El pub "La Calle" era un precioso local decorado como una calle antigua, con los escaparates de pequeñas tiendas cerradas, aceras, esquinas y hasta una glorieta donde ambos nos sentamos a charlar. Después de un rato me atreví a preguntarle aquello de...
- Para tí soy solo una amiga, ¿verdad?
 Y él bajó elegantemente su hermosa cabeza y asintió en silencio.
Me trató con especial cuidado aquella tarde. Me acompañó después hasta dejarme en manos de gente conocida, y maldije cada gota de su amabilidad como antes había maldecido su crueldad para despegarme de él. Protestaba cuando yo le decía que no quería nada suyo y esa protesta me llenaba más que todas las palabras que dijo en el breve tiempo que salimos juntos.
  Durante los siguientes 16 años fuimos amigos a ratos. En muchos de ellos, deseaba intensamente haber concluido aquel proyecto de sexo primerizo. Él pensaba que habría sido peor. Yo sabía que me hubiera salvado de la obsesión. El sexo no me ata, me hace libre.

    Con 32 años, la situación era otra. Le deseaba solo a ratos, y era consciente de que nunca fue su personalidad lo que me había cautivado, sino una mezcla de belleza y deseo y el hecho de que me había hecho sentir privilegiada por encima de mujeres a las que, hasta entonces, temía como rivales y envidiaba. Habían pasado muchos años. Las cosas para mí tenían una claridad que, de tanto pensar en él, ya había alcanzado en los primeros meses que pasé llorando mi caído pedestal. No había llegado a amarle en modo alguno, no había tenido tiempo, y en realidad, su forma de ser tampoco me gustaba.
     Aún así, fiel a mis afectos, cuando  pidió mi ayuda me comprometí a ella, y una vez más, viendo que estaba dispuesta a darlo todo, emprendió la huida soltando una gruesa cortina de humo tras la que no he vuelto a verle nunca más. Hace 10 años de todo aquello. Las historias tienden a repetirse, y uno tiende a intentar resolverlas otra vez.
    No olvido, no perdono, aunque siempre haya personas, que como fantasmas recurrentes, despiertan con sus actos las viejas paranoias. Tal vez aquella historia, la más dolorosa de mi adolescencia, me preparó para que hoy, de ocurrir un caso semejante,  no me duela igual. Era entonces tan virgen al dolor como al placer, y Daniel, casi sin tocarme, me inició en ambas cosas.
     Hay hombres cuya belleza es una flor ponzoñosa, y esconde un profundo temor a  a afrontar sus propias emociones. Su perfume les envuelve de una sustancia similar a la de los sueños y construyen castillos en el aire sobre lo que puedas sentir por ellos, mucho más allá de dónde tú imaginaste ir jamás. Nunca terminan el camino que empezaron, no son capaces de sostenerte la mirada de un modo transparente, y sienten absoluto terror a que mires en el fondo de su alma y descubras que tienen cierto cuadro escondido en el ático. Supongo que,pese a lo imposible de la empresa, aún espero que, de encontrarme con un segundo, un tercero de estos Dorians perdidos por el mundo, alguno de ellos tenga el valor de cogerme de la mano, llevarme a esa habitación oscura, y mostrarme sin tapujos, lo más podrido de su alma, y preguntarme, si pese a las moscas y los gusanos que la devoran, estoy dispuesta a ser su amiga, y que si les contestó que sí, sean capaces de soportar mi apuesta, y poner sus 100 libras también sobre la mesa.


 Tres LInks relacionados:
Forever Young: 
Capítulo anterior de esta historia dedicado a su hermano Freddi y en el que menciono a Daniel por primera vez y su papel en mi vida.

Camouflage: The Great Comandment
(La música que le debo y con la que bailaba sóla en la oscuridad de mi habitación contemplando el cielo estrellado sobre el atlántico, sabiendo que ése sería el rastro más personal de él que tuviese como recuerdo durante el resto de mi vida. A veces, caminaba por la calle y creía olerle tras cada esquina y muchas de las veces que percibía su aroma... coincidía que aquella tarde tropezaba con sus ojos verde fuego en algun rincón de la ciudad. Es una canción que aún me duele escuchar, aunque a veces la he pedido en el Dark Hole... porque mis pasiones, aunque no sean amorosas, son inmortales mientras yo siga viva. Nada perece en mi interior, sólo se transforma, adquiriendo formas menos consistentes y agresivas para que pueda convivir con ellas, pero aquello que se ha ganado un hueco en mi alma... jamás me abandona, y lo más curioso es que tampoco quiero que lo haga)

Sobre las presencias recurrentes.... algo de mi momento actual...
Ghost: Depeche Mode

domingo, 28 de septiembre de 2014

Forever Young

Foto de Freedi proporcionada por amigos comunes.

Hubo una vez una chica de dieciseis años que no creía que pudiera acceder a la belleza. Podríamos decir que estábamos en los años ochenta, 1988 más concretamente, y que estaba sentada a la puerta de un local donde solían reunirse los jóvenes que aún resistían fieles al techno pop. Solía ir allí a menudo, con alguna amiga que no compartía sus gustos, e intercambiaba tímidos saludos con otros jóvenes vestidos de negro  que lucían estrambóticos cortes de pelo y cinturones de remaches plateados; pero a él, a él nunca le había visto, y era extraño, porque ambos llevaban mucho tiempo saliendo por aquel bar. Era alto, tenía la piel aceitunada y los inmensos ojos verdes pintados de negro. Sus pómulos se dibujaban con la luz y sus rasgos afilados competían en sensualidad con los movimientos de una pantera. No sabía que "la belleza", acababa de fijarse en ella. Sin aire, con la sensación de asfixia desde el primer instante, para la joven comenzaría una obsesión que duraría más de quince años y un amor basado en algo tan fatal como el deseo. Realmente la relación que nacería aquella noche  no duraría más de un mes; todo el resto serían fantasía, idas y venidas, sollozos y un desgarrado dolor en el pecho. El mundo a partir de entonces se divididió para ella en dos: antes de aquel breve mes, y después de él. Nunca volverían a tocarse, pero la intensidad del aroma que ella recordaría, planeó sobre todas sus relaciones como un fantasma a veces ausente, a veces descaradamente intruso, hasta los treintaydos. LLamémosla "Ella", ya que así lo estamos haciendo, que queda mucho mejor que llamarla "Yo". A él llamémosle "Caos", que suena mejor que llamarle "Daniel".
    No sólo parte de la infección se debia a un ídolo literario con dicho nombre, sino que esa fue la devastadora consecuencia en su interior. Alrededor del Caos siempre rondan otros dioses, pongamos que son dioses Lares, por aquello de que resultaban más de a pie. A ninguno como a Caos le perseguían las mujeres en tan insistente manera y a ninguno seguían los hombres como le seguían a él. Era el lider irrebatible de su círculo social y todo cuanto sus seguidores querían tener.
Dani, también representado durante mi adolescencia por Tarod, el señor del Caos de los libros de Louise Cooper. y citado en éste relato.

   Sin embargo, a su sombra, más inseguro, más tímido, más afín a Ella, crecía una hierba menos alta pero mucho más fresca. Se llamaba "Freddi", pero llamémosle "Ángel", que era su segundo nombre y como Ella le recuerda. Dos años menor que Caos, con los mismos ojos verdes, unos rasgos muy similares y el cabello rubio, Angel también se perfilaba de negro los ojos, escuchaba techno pop, y bailaba como si no tuviera huesos. Además cosía, fotografiaba, quería estudiar audiovisuales, dibujaba, y era un devoto de la película Los Inmortales. Y todo esto sucedía en un entorno tropical donde los contextos habituales eran la playa, el calor y la música caribeña. Tan desubicados uno como el otro, para Angel y para Ella hubiera sido, quizás, la historia perfecta. Él la miraba desde lejos, ahora lo sé, y cuando tuvieron oportunidad de acercarse, Ella, se prendó inmediatamente de éste hermano menor.  Aún así no ocurrió nada entre los dos. El 7 de septiembre durante una acampada, compartieron saco de dormir y se quedaron inmóviles debajo de las mantas, con temor de respirar y percatarse de que estaban uno junto al otro. las rodillas de él por debajo de las suyas, el puño cerrado, sin atreverse a posar la mano en su hombro, su rostro tan cerca. Ella viajo en sus rodillas, él la levantó en brazos, pasaron un fin de semana roedados de gente ante la que no ocultaron nada, pero se lo ocultaron el uno al otro por temor a no ser correspondidos. Para Angel ella era la inaccesible ex novia de su admirado hermano mayor, para ella,  era tan increíble aún que Caos la hubiera amado alguna vez, que no podía creer que su hermano pequeño pudiese quererla también. Y la barrera  más alta de todas, hacía dos años que Ella sostenía una larga y estable relación de pareja.

Yo fotografiada por Freddi el 7 de septiembre de 1991
 El 7 de semptiembre no ocurrió nada, pero siempre, su memoria, será su aniversario.  Su corazón jamás pudo ser poseído por un único hombre, pero tenía un compañero al que quería profundamente, y al que no podía dejar de lado en ésta historia. Llamémosle Rey Pi. La amistad entre Ella y Angel creció como las espigas que sólo duran un verano, y se secó pronto al sol. Sólo podía madurar cuando Rey Pi estaba lejos, de vacaciones en su pueblo, corriendo alguna maratón en la otra punta de España, y todo se retraía cuando él regresaba. Angel desaparecía, y muy discretamente, ni Ella ni él, jamás pudieron decir lo que sentían. Los momentos que compartieron estaban revestidos de tanta afinidad y tanta magia que aún hoy duelen, 23 años después.

Freddi, fotografiado por mi el 7 de Septiembre de 1991


   Al final de aquel verano infructuoso, Ella se fue de viaje al pueblo de Rey Pi. Aunque su relación estaba dañada, se había empeñado en conocer a la familia de su compañero. La estancia no fue agradable. Fue  un desastre. Posteriormente, él regresó a casa, y ella se demoró un par de semanas más para visitar  a unos amigos en el norte del país. En soledad y reflexión puso en orden sus pensamientos, decidió que continuaba con su pareja y le escribió a Angel una carta absolutamente amistosa. Fue Caos quien recogió la correspondencia.
    A su regreso a las islas, Ella, no hacía más que hablar de qué pasaría cuando se reencontrara con Angel y cómo quedarían las cosas, y la gente a la que se lo comentaba, la miraba en silencio. Había habido una última acampada, Ella lo sabía, y había deseado suspender el viaje para poder irse con ellos. La noche antes de partir hacia el pueblo de Rey Pi, habían vuelto tarde, volvía de la playa, sentada en las rodillas de su amigo, acurrucada en su regazo, y cuando el coche le había dejado en la puerta de su casa, la única vez que ella vio de cerca dónde vivían los hermanos, se quedó contemplando su figura hasta verle desaparecer. La despedida, al contrario que el resto de la noche, había sido seca y fría. No suspendió el viaje. Y gracias a que no suspendió el viaje... seguía viva.Su silueta en la noche sería la última imagen de él que conservase.
   El autobus que les llevaba de acampada ascendía por el enrevesado desfiladero, y en una curva se precipitó al vacío en una caída libre de sesenta metros. Milagrosamente, dos de los amigos de Angel, acertaron a saltar por las ventanillas en pleno vuelo y sobrevivieron. Él no. Y ella hubiera estado sentada a su lado.Seguramente nada le hubiera impedido hacer esa excursión. Nada.
Freddi, 1991, foto facilitada por uno de sus amigos tiempo después.


   A veces, ella iba a visitarle al cementerio; le dejaba flores, le cantaba Forever Young de Alphaville, y  hacía dibujos de ámbos recordando los momentos que vivieron juntos, y los que no vivieron: Ella sosteniéndole a él en brazos, un duende con las alas rotas.
Una noche soñó. Soño con dos figuras sentadas en la oscuridad lejana, nada más. La noche siguiente volvió a soñar lo mismo, y supo que eran ellos dos, Angel y ella, y esta vez la imagen se acercó. Sentados en una cabaña de madera, trazando mapas para una próxima acampada, él giró hacia ella sus ojos verdes y con tranquilidad le dijo:
- Sé que quieres preguntarme algo, hazlo.
- ¿Estás bien?- fue todo lo que Ella pudo decir
- Estoy bien. Los que me preocupais sois vosotros- contestó Angel. Y viendo que no se atrevía a pedirle un abrazo, la rodeó suavemente.
 Tiempo más tarde Ella averiguaría que otro de los hermanos de Angel recibiría exactamente el mismo mensaje en un sueño. ¿O no era un sueño?

  Dos años después, por vez primera y con otro grupo de gente, recorrió la carretera que había hecho aquel autobús. Durante el camino, en el coche, alguien puso la banda sonora de Los Inmortales y el "Who wants to live forever" de otro Freddy, muerto dos meses después que él, con el mismo nombre y en el mismo año, la sobrecogió tanto que perdió el pie en un sendero y cayó  rodando sobre sí misma  por el  declive que se precipitaba en un vacío sobre la playa.
   Pero todo eso sucedería después. Aquel primer otoño sin él, Caos gritaba bajo los laureles de indias de La Rambla, que su hermano no estaba allí, en el cementerio. "¡Él  Es, y punto!"; el dolor era tan intenso que todo se reducía a esa frase.Era incapaz de articular otro argumento. Y Rey Pi, espectante y sufridor del constante amor de Ella por Caos primero, por Angel después, por ambos al mismo tiempo que por él, una noche de carnaval en que el confeti volaba sobre las calles vacías le preguntó:
- Te enamoraste de Angel, ¿Verdad?- y ella no se atrevió a mentirle, y le contestó que sí.
Con un hondo suspiro y pensando en los dos hermanos, Rey Pi contestó:
- Con un vivo puedo luchar, con un muerto, no.
Y siguieron caminando juntos, y otra muesca dolorosa se dibujó en la madera de su relación, que acabaría dos años después.


Rey pi (prefiero no citar su verdadero nombre por respeto a su intimidad actual).1990

El día en que aquel autobus cayó por el barranco, fue un 28 de septiembre de 1991.
Yo tenía 19 años, Freddi 18, Dani 20, y mi pareja de entonces, 25.
Ha llovido mucho, hace más de una década que no he vuelto a las islas, sé que su cuerpo ya no está enterrado en aquel nicho bajo los sauces. Aún se me quiebra el pecho cuadno escucho "Forever Young". Aún no puedo escuchar el "Who want to live forever" de Freddy Mercury. Aún me hace llorar el "7 de septiembre" de Mecano. Hace doce años una medium le dijo a Dani que Freddy había permanecido cerca de él y cerca de mí, protegiéndonos a ambos, pero que ya se estaba marchando. Un par de años antes una vidente me había dicho que alguien me protegía desde el más allá. No le hice mucho caso, tampoco a la medium de Dani, pero más o menos por aquella época, dejé de sentir que a mí nunca podría ocurrirme nada.
De todos los dibujos que hice en su memoria, éste es uno de los dos únicos que cabe destacar. El otro, un hombre enroscado en una espada, está en poder de su hermano Daniel (Caos), si es que no se ha desprendido de él. Actualmente no conservo relación con él ni, más tristemente, con nadie de su entorno.

   
Muriel Dal Bo

En memoria de una de las criaturas más hermosas que he conocido... 23 años después de su marcha y aún con dolor.
Donde quiera que estés, volveremos a encontrarnos. 

Fotografía de Freddi tomada por mí. 7 deSeptiembre de 1991





Estas tres últimas fotos proceden de fotocopias  que me ayudaron a reunir el resto de nuestros amigos, (los dioses lares a quienes menciono en esta historia)
Forever Young
(La canción de Freddi)
Who wants to live forever
(de su película favorita y muchas cosas más)
El 7 de Septiembre
Nuestro aniversario... o lo que yo he creído como tal. 

miércoles, 23 de abril de 2014

Limited

 -¿Pero... ¿podría?
- Sí, podría. Pero no va a ocurrir. Nunca va a ocurrir. Y si fuera así, si sucediera, jamás podría satisfacerme.    No tenemos el mismo modo de amar. Él es humano. Más vale que siempre me acuerde de eso.

miércoles, 13 de noviembre de 2013

Pútrida


La encontró como un regalo, esperándole junto a su lecho. Tenía las manos blancas y el cuerpo pálido. El rostro, ligeramente húmedo, reflejaba la luz del fuego como una perla. Sus ojos eran brillantes, color miel, y en ellos había una pasión febril que no revelaban sus labios cerrados, tan rojos. El cabello llovía como una ola por su espalda y en sus mejillas había rubor. Silenciosa, dispuesta bajo el tibio camisón, todo en ella parecía decir: Soy la belleza, tómame.
   Hicieron el amor hasta agotarse, él. Ella, parecía no tener fin en su pasión. Su piel, su carne, el intrior de su cuerpo era tan caliente como nada que él hubiera amado antes. No cambiaron una palabra, solamente se miraban . Apenas se besaron, su boca, la de ella, a él le supo a sangre. Y pasó la noche, y estaba a punto de amanecer cuando inflamado de inspiración, él quiso decirle: "te amo".
  En ese momento ella abrio los labios, pareció que iba a responderle. Se inclinó ligeramente mientras los ojos de él la seguían expectantes y ella dejó caer suavemente la cabeza, como en una renuncia, un desmayo. Algo húmedo y caliente rozó el vientre, la boca de él. Algo con sabor acre, algo viscoso. Cogió la cabeza de ella con las manos y echó hacia atrás el pelo, retirándolo de su rostro donde las velas pudiesen iluminarlo. Sangre. De la boca de ella, en un hilo fino, ininterrumpido y no del todo líquido, manaba una sangre oscura, sucia, que se derramaba sobre el cuerpo de él. Ella emitió un estertor ronco y vomitó una nueva burbuja enngrecida  sobre el pecho de su amante. El hombre pegó un grito, saltó de la cama, se apartó cuanto pudo, contra el quicio de la puerta pidiendo auxilio: llamaba a la guardia de palacio, a su ayudante de cámara, a los médicos.
   La mujer, que por un instante pareció inconsciente sobre el lecho, se incorporó apoyándose en la palma de las manos, los codos levantados en un gesto arácnido, un movimiento lento, ejecutado con esfuerzo y decisión para poder sostenerse a sí misma,. Su cabeza delicada, oculta por el pelo fue despejándose al buscarle. Aparecieron sus ojos, brillantes y febriles una vez más, y él supo que ella era plenamente consciente de todo. Una mueca se dibujo, como una sonrisa torcida, en su boca ensangrentada al contemplarle...