jueves, 28 de mayo de 2015

ESCARIFICACIONES



¿Dónde estás? Quiero ir a buscarte (y arrancarte del sueño) y si no puedes levantarte, tumbarme a tu lado y contar puntos en el techo, uno por cada cosa que me inspiras. Quiero abrazarte y que te rompas, y  desgarrarme en tu quebranto, y dejar que tu dolor me arrastre hasta tu infierno de páramos desolados.
    Quiero agarrarme a tu pelo  como a un nido de arañas salvajes, y dejar que me inyecten su veneno, que me duela, -porque ya ni siento el de las mías-. Quiero intercambiar insectos, y caras húmedas en el yeso de las paredes, tus fantasmas por los míos, tu hielo por mi fuego, lo que se quema por lo que no arde, lo que corre… por lo que está quieto. Quiero las locuras que no vas a darme, que disfrutas en silencio, que lloras por las esquinas,   que atesoras sin compartir con nadie.  Quiero todo eso que los demás desechan, lo que luchamos por esconder del mundo, lo que ocultamos a las personas cuerdas, lo que subyace bajo piel, carne y nervios.  Quiero ese olor a sangre fresca, a dolor y  gritos reprimidos,  ese terror a Lo Conocido, y ese miedo a lo que nos dicen que es normal.      

    Quiero preguntarte tantas cosas que no me basta  un calendario, quiero contarte tantas otras que ni en un año bisiesto encontraría suficientes hojas;  y no sé,  si podrían interesarte, si puedo llamarte a ellas, si puedes venir de donde estás, si me dejarías ir por ti. Prometo, eso sí, (en el camino de regreso), no mirar jamás atrás, y si lo hago, no habrá nada que me impida desandar el trecho, regresar contigo, hasta que puedas ascender un escalón de nuevo, al menos un peldaño…
 Y si te cansas, nos volvemos a sentar.
   
   Quiero tus instrumentos de tortura. Quiero aprender a usarlos, quiero desmontarlos, (al menos permite que lo intente),  y si no funciona, déjame sujetar tu mano en  su placer oscuro, mientras taladras tu piel con sus agujas. Quiero tocar los ventrículos estirados de tu corazón inerte mientras se esfuerza por sentir. Quiero su hipertrofia y el soplo en tus arterias, el sonido de ese fuelle que se cansa de bombear. Quiero cogerlas con la mano, cerrarla en torno a ellas, apretar hasta que duela, (y que vuelvas a latir). Y si no se puede,  reposar mi mano y sentir su membrana protectora entre los dedos, el lento yacer de tus pulmones, la gastada y sibilante respiración del moribundo  en el que sueñas convertirte.
   Quiero adormecerme al compás de tus heridas, mientras fuera las golondrinas colonizan el verano y el calor hincha las cortinas; mientras las calles se relajan, la gente se desviste, las plazas se llenan de sonámbulos y los vapores fríos cambian por el sudor de primavera.  Quiero mantenerme a tu lado, sintiendo las gotas de mi propio hedor corriendo por mi frente, mezclándose en la misma sábana que tus fantasías más sucias donde la muerte te toca con la mano y cierra tus párpados,  librándote del sufrimiento de Ser.
     Pero temo, que no me darás el nombre de tu calle, el número de tu escalera, la letra de tu piso, la llave de tu puerta. Y me quedaré aquí, así de lejos, (imaginando que puedo), consolarte o compartirte, y sumida en la impotencia que a la que me reduce tu distancia interminable, y esa avaricia con que acaparas el dolor, como si hablaras de placer.