miércoles, 13 de noviembre de 2013

Pútrida


La encontró como un regalo, esperándole junto a su lecho. Tenía las manos blancas y el cuerpo pálido. El rostro, ligeramente húmedo, reflejaba la luz del fuego como una perla. Sus ojos eran brillantes, color miel, y en ellos había una pasión febril que no revelaban sus labios cerrados, tan rojos. El cabello llovía como una ola por su espalda y en sus mejillas había rubor. Silenciosa, dispuesta bajo el tibio camisón, todo en ella parecía decir: Soy la belleza, tómame.
   Hicieron el amor hasta agotarse, él. Ella, parecía no tener fin en su pasión. Su piel, su carne, el intrior de su cuerpo era tan caliente como nada que él hubiera amado antes. No cambiaron una palabra, solamente se miraban . Apenas se besaron, su boca, la de ella, a él le supo a sangre. Y pasó la noche, y estaba a punto de amanecer cuando inflamado de inspiración, él quiso decirle: "te amo".
  En ese momento ella abrio los labios, pareció que iba a responderle. Se inclinó ligeramente mientras los ojos de él la seguían expectantes y ella dejó caer suavemente la cabeza, como en una renuncia, un desmayo. Algo húmedo y caliente rozó el vientre, la boca de él. Algo con sabor acre, algo viscoso. Cogió la cabeza de ella con las manos y echó hacia atrás el pelo, retirándolo de su rostro donde las velas pudiesen iluminarlo. Sangre. De la boca de ella, en un hilo fino, ininterrumpido y no del todo líquido, manaba una sangre oscura, sucia, que se derramaba sobre el cuerpo de él. Ella emitió un estertor ronco y vomitó una nueva burbuja enngrecida  sobre el pecho de su amante. El hombre pegó un grito, saltó de la cama, se apartó cuanto pudo, contra el quicio de la puerta pidiendo auxilio: llamaba a la guardia de palacio, a su ayudante de cámara, a los médicos.
   La mujer, que por un instante pareció inconsciente sobre el lecho, se incorporó apoyándose en la palma de las manos, los codos levantados en un gesto arácnido, un movimiento lento, ejecutado con esfuerzo y decisión para poder sostenerse a sí misma,. Su cabeza delicada, oculta por el pelo fue despejándose al buscarle. Aparecieron sus ojos, brillantes y febriles una vez más, y él supo que ella era plenamente consciente de todo. Una mueca se dibujo, como una sonrisa torcida, en su boca ensangrentada al contemplarle...