domingo, 13 de octubre de 2013

Una chica llamada Noche Urbana

  Imaginaba. Yo nos imaginaba...  trotando en  un land rover contra el viento... cruzando páramos , durmiendo en calas profundas al abrigo de un fuego cálido. Siempre en compañía de muchachos de los que nos burlábamos. Cómplices, locas con ojos brillantes... Y luego, cada una desaparecía en las sombras con la tersa piel de un joven doblándose en sus brazos.      
   Reunirnos de nuevo por las mañanas al borde del agua, y comentar los más y los menos; y que envidiaran, que sintieran que la cama con ellos no alcanzaba las profundidades oceánicas de nuestra confianza.
 Yo nos imaginaba cruzando Europa, arrebujadas en el sillón de enfrente con una manta. Agotadas, viviendo el traquetear del vagón rumbo a la bohemia de otra ciudad. Aún presentes los besos de los mancebos que los kilómetros dejaron atrás. Ellos, solos. Nosotras, juntas. Ellos con ojos húmedos en la estación. Nosotras recordando el sonido de sus voces, el trobar de sus palmas.
 Yo nos imaginaba.
Sí, un domingo de rastro nos imaginaba. Juntas en torno a una mesa planeando nuevas travesuras con que desconcertar a nuestras presas. De noche en la ciudad, llevándoles de la mano por intrincados callejones. Acorralarlos, devorarlos, marcharnos, escondernos y reírnos de su absoluto desconcierto.

 Nada fue como Yo imaginaba.

    Creía que tenía una amiga.
Los sueños son sueños.
Tenía un sueño que era mi amiga, y a la que en principio llamé "Noche Urbana".
     .
   Ella era "Desazón", pero quise llamarla "Capitán Morgan". Trataba por entonces de darle a cada cual una existencia más placentera que la de la común vida mortal:  Inventé para mi amiga una identidad pirata.
 Ojos oscuros, -risueños pero fuertes-, tenía. Firme la sonrisa, aceitunada la piel, herencia lejana de antiguos beréberes que descendieron del Atlas. Nativa del atlántico, de una gigantesca nave que viaja en el tiempo camuflada como el jardín de los Platónicos. Fuente de energías telúricas que encajan el alma en sus volcanes y te ata a su cubierta con manos ásperas, hirientes y mordaces como cabos húmedos de sal.
   Desazón llevaba el pelo rizado,  y caía sobre su frente que yo había vestido con pañuelos estrafalarios de vivos colores. No conducía una barca, sino una motoneta, y luego una moto de verdad, y luego la furgoneta de sus padres para repartir queso herreño por los bares de las islas. Durante 13 años compartimos confidencias, amantes y algún beso curioso que no supo a nada. (Lo erótico tuvo lugar en su hermano, al que siempre había deseado. Lo erótico tuvo lugar con alguno de mis amantes, alguno de los que yo había abandonado).
    Ella... ella componía el camino de mis anhelos... Dar la vuelta al mundo juntas, ser míticas... oh, si, tenía casi veintisiete años y yo seguía soñando con eso desde hacía doce... Trece años de amistad. No superamos aquel número fatídico. El viaje que yo siempre había soñado, no fue al amado Sahara, no fue a Marruecos, no fue a Europa, A todos esos sitios se fue con otras personas de riqueza más prosaica. No fue conmigo, que sólo podía viajar en la mente con la fantasía de volar sobre el agua.
   Ahora sé, tanto tiempo después, que el mundo poco vale la pena en comparación con lo que imaginaba. El mundo, -todo lo que no tiene de pobre-, lo tiene de igual. El mundo se ha convertido en un lugar monótono  donde los hombres moran. Pero entonces aún vivia de esperanzas y ella las protagonizaba.
 El tiempo nos ganó. Los hombres nos separaron.
Nos alejaron los prejuicios.
 La admiración se convirtíó en una leve pátina de magia debilitada. Y su barco de guerra perdió las anclas. Se hundió en las brumas. Sólo quedó la chica de la furgoneta blanca que repartía quesos, que quería ser rebelde. La chica que estudió psicología, que se casó con un cuerpo de seguridad del estado,  y que puso a su hija un nombre Amable.


    No sé nada de ella.
Hace unos años volvió.
Quería perdonarme la vida por haberla abandonado.
¿La abandoné yo?
 Sí, lo hice, pero porque ella me había olvidado mucho antes.
No le permití que me perdonara.
No había nada que perdonar.
Ella no reconocía lo propio y me decía que tardaría mucho tiempo en volver a confiar en mí...

Dejé que se marchara.
Ella, y su barca de ideas convencionales.
Ella y su progresismo barato de feminista universitaria.
Ella y su "ser mamá".
Ella, y su falta de entendimiento de mi naturaleza.
La dejé que... Lo cierto es que no quería que volviera.
 ¿Porqué volvió?
Durante años soñaba por las noches con ese retorno. Y un día sucedió.
Me escribió. Quiso saber porqué su mejor amigase había apartado.
Se lo expliqué. No lo entendió. Me dijo que sentía que lo hubiera vivido así, pero que ella no había hecho nada.
No voy a explicar qué me hizo.
No escribo para criticarla.
 Escribo sobre las mujeres de mi vida porque hacerlo es como frotarme con  piedra pomez para limar mis escamas.
 No importa qué fue lo que me dolió durante tantos años. Importa, si acaso, que ella se lavase las manos. Que no admitiese nada.
 Asi que volvió a marcharse.
   ¿Olvidarla? ¿Cómo sería posible tal cosa? No, no podría olvidarla. No podré nunca.
Las cicatrices son bellas marcas.
Quiero conservarlas.

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