domingo, 13 de octubre de 2013

Gata Roja

Hay en mi vida, una gata roja. Aparece con frecuencia; arrastrándose por los tejados con sus pequeñas garras. La gata roja percibe que la vida tiene tres dimensiones (una más de la que se suele pensar) está el blanco, está el negro, y está el rojo. Eso aparte de todos los grises intermedios...
     De algún modo se restriega contra las piernas de todo el que la ve, pero sin tocarlos. Se desliza por un pequeño limbo que le pertenece solo a ella. Causa estragos a su alrededor con un perfume como de celo permanente que nunca se concreta. Habla de ello con un cigarrillo en la mano y un triángulo oscuro bajo la falda dimminuta. Es como si toda ella fuera un pequeño volcán empapado en espuma blanca, que nunca se seca.
   A veces voy a verla. Me siento, la escucho, me recuerda algunas facetas de mí misma que la edad me obliga a dejar atrás. Es alegre y triste a la vez. Triste porque alguna vez yo fui así, y porque estoy dejando de serlo; y esa sombra, ese miedo a dejar atrás la etapa de la vida en la que la seducción fue mi arma más poderosa, me persigue desde los treinta. Tres años más de los que tiene ella; ella, que parece una eterna adolescente. La gata roja parece protegida de todos los excesos. Tiene siete vidas y las gasta poco a poco. Le duran tanto que aún está en la primera, cuando ha sobrepasado el primer cuarto de su vida.  Su cuerpo es perfectamente alargado, como criatura nacida en una gravedad ligera. Apenas una mujer, más gata que mujer, por la que no pasa el tiempo demasiado rápido. Quizás cruza de una dimensión a otra.
     Podría ser una sacerdotisa poderosa, pero prefiere pasear con forma de felina bajo la luna por las azoteas, ronronéandole al amor. No puede estar sola. Es tan delicada, es tan frágil; es de un cristal de bohemia que aún se talla con las manos estando caliente. Es una pequeña copa que yo usaba para beber absenta.
     Para escuchar debe salir de su limbo, y cuando lo hace, se inquieta. Se acuerda de que ha cerrado la ventana y que el humo se acumulará en la habitación. Se acuerda de mirar el movil, se acuerda de sonarse la nariz, se acuerda de que tiene que ir al baño; sus ojos  verdes se dispersan. Como cualquier felino, se sienta sobre la revista que estás leyendo con gesto coqueto, te mira con pupilas enormes, expectantes, silenciosa, esperando a que tu atención vuelva a desviarse hacia ella.
   La gata roja es muy hermosa. Le cuesta detenerse en algunas cosas, y se engancha profundamente en otras. Su mundo está lleno de flores jugosas. La sequedad no existe, la sequedad de los otros se queda fuera de su mundo térmico. Por eso uno tiene que ir a visitarla, de vez en cuando, alguna vez te visita ella, pero cuando vas y cuando vienes, regresas con lo mismo con lo que te fuiste; quizás... con un poco  más de ternura y un poco menos de autoestima.
       

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